viernes, 1 de febrero de 2008

Fragmento uno


19:00, mi jefa me manda a casa porque tengo los pantalones llenos de sangre seca, y eso me llena de alegría…. Miro por los ventanales, cruza un pájaro.-Anda a tu casa y cámbiate- Me dice la jefa.Tengo 16 años y estoy sentado en el suelo de mi habitación, la puerta cerrada con llave, quemándome la parte exterior del brazo con la colilla de un cigarro mientras me llamo a mi mismo escoria humana. La sangre se derrama en mis pantalones. –Abrazo y acepto mi propia corrupción supurante-, le digo a la punta ardiente del cigarro. Lo hago girar sobre mi piel blanda y suave. –Arde, escoria, arde-.Conseguí un trabajo de mesero en un pub de cervezas finas, media jornada por las noches. Acá no existen las cervezas de litro y todos los que vienen están dispuestos a pagar un mínimo de 2 mil pesos por una individual. El ambiente no podría ser más aburrido, como un acuario de moluscos. Este empleo alimentará mi odio clasista.El martes me quedo dormido en el trabajo. Cuando despierto el teléfono está sonando y estoy solo. En mi sueño sonaba un teléfono, y no tengo claro si la realidad se adentró en el sueño o el sueño está suplantando a la realidad.Tomo el manófono y contesto: Restaurante Sikaru, buenas noches.Este es el lugar donde tengo 16 años y trabajo: Restaurante Sikaru, buenas noches.El sol ya se puso y nubes negras del porte de Bolivia y Japón se amontonan en el horizonte.No es que el local tenga ventanas; toda la fachada es un solo ventanal.Mi jefa tuvo que salir para atender una emergencia pues su tortuga se ha perdido y me ha dejado a cargo. Es la una de la madrugada y estoy solo. Una noche lenta sin clientes y sin propinas.Hablando por teléfono con mi jefa.En su mente, mi jefa vive en Norteamérica.Me pregunta por qué me he demorado tanto en responder, con una voz irritante que empieza en un gruñido grave y termina en un chillido agudo. Le digo que porque estaba durmiendo y soñando que sonaba el teléfono. Le pregunto cómo está su tortuga, y ella no puede ver mi rostro de indiferencia al otro lado de la línea. No me responde y el auricular grita que soy un hijito de papá irresponsable y que no me moleste en venir a trabajar mañana. Eso es suficiente para que mi rostro, que ella no puede ver, brille con un odio fosforescente. Le digo que no me importa; y que le voy a quemar el local; y que si algún día aparece su tortuga se la voy a destripar para hacerme una sopa. Enciendo un fósforo junto al transmisor del teléfono y le digo a la vieja zorra que ponga atención, que escuche bien porque ese es el sonido de su futuro. Voy a quemarle el local.De verdad no tengo ninguna intención de hacerle daño a la tortuga, pero esto último no se lo digo, jo jo jo.En su mente, mi jefa vive en Norteamérica.Me dice que la policía se apresurará a detenerme y a llevarme a la silla eléctrica, y que mis ojos se escalfarán hasta salirse de sus órbitas, o, a lo menos, me pondrán una inyección letal. Una sobredosis de fenobarital y, luego, el sueño eterno.Mientras derramo todo el licor fuerte: el ron, el wisky, el cogñac, el pisco sobre la barra y el suelo y entre las mesas, dejo el manófono junto al fono par que registre todo el suceso hasta que el plástico se derrita. Humedezco una toalla con un Ballantine de 12 años. Ignición. Salgo del local y estoy en primera fila para el mejor espectáculo de mi vida.
Sergio Barrientos Roman
Licenciado en Literatura, Universidad Adolfo Ibañez.