lunes, 20 de agosto de 2007

"La Enfermedad de Cristo" de Sergio Barrientos Roman


Todas las víctimas de la enfermedad compartían, como luego se demostraría en las autopsias, una anormalidad común: por sus venas no corría sangre sino una supuración de un color amarillo verdoso que emanaba un espantoso hedor. La enfermedad se propagó con gran rapidez al continente africano, y desde allí a Europa y América.E la primera fase, las víctimas sufrían extrañas alucinaciones, convencidas de que estaban dotadas de poderes milagrosos, de modo que corrían de un lado a otro aplicando sus manos sobre cualquiera que encontrasen y estuviese enfermo o lisiado de algún modo. Los aquejados por este mal eran especialmente molestos en los hospitales, donde irrumpían en las salas de operaciones y de partos. Esta fase solía durar algunas horas, tal vez días.Seguía una fase violenta, en la cual la víctima acusaba a cualquiera que se le cruzara en el camino de traicionar al Hijo del hombre. y algunos, en su demencia fanática, se sintieron impulsados a descargar de sus temibles lanzallamas de fabricación casera o de extraños engendros eléctricos; o bien hacían uso sangriento de espadas y hachas. La fase terminal se manifestaba en congoja, apatía y muerte.El pastor sacrifica un niño sobre un altar con un serrucho oxidado y engulle un cáliz con sangre.Se ha observado que policías y militares comienzan en la fase violenta en pleno desarrollo; su capacidad destructiva sólo se limita por un alto índice de hemorragia cerebral.Se estima que cien millones murieron debido a la enfermedad de Cristo. Pero aquellos que mueren son nada comparados con los sobrevivientes.“soy el camino. Nadie llega al padre si no es por mi.”Imaginen cientos de miles de profetas, todos diciendo con absoluta convicción “soy el camino”, juntando discípulos, incluso obrando milagros. Los efectos especiales han progresado mucho desde los tiempos de Jesús.Veamos, Cristo predica “ofrecer la otra mejilla”. Si algún hijo de puta roba la mitad de tu ropa, tienes que darle la otra mitad. De acuerdo a esto, los enfermos acechan a los asaltantes en las calles y, al verlos, se desnudan. Muchos asaltantes desafortunados fueron aplastados debajo de un montón de Cristos desnudos en plena pelea.Los Perdonadores Implacables, variante de la Enfermedad de C., llegarían a cualquier extremo con tal de encontrar un enemigo y perdonarlo. El padrino de la mafia se ha atrincherado en su refugio, no vaya a ser que un padrino rival entre a hurtadillas y colapse en sus brazos para perdonarle todo, efusivamente. Los criminales se agolpan en las comisarías de barrio y tienden las manos para que los esposen. No lo duden, hermanos y hermanas, el amor es la solución.Dejen que el amor emerja de un sombrero. Dale el beso de la vida. Introduce la lengua en su garganta para sentir el sabor de lo que ha comido y bendice su digestión, hasta sus intestinos y ayúdalo a mover su comida. Hazle saber que veneras su ano como parte del todo inefable. Hazle saber que tienes un temor reverencial por sus genitales, porque son parte del plan maestro, de la vida en toda su diversidad.No desfallezcas. Haz que tu amor entre en él y penétralo con el Lubricante Divino que, en comparación, hace que la vaselina parezca papel de lija. Es el lubricante más mucilaginoso, el más baboso y el más rezumante que jamás hubo o habrá, amén.Se lo conoce como el Espíritu Grasiento, que los amará de arriba abajo, por dentro y por fuera. Pero hay quien dice que los amantes no son más que viles y podridos vampiros que merecen ser empalados antes de que nos amen hasta convertirnos en una sopa espesa y sabrosa y nos sorban a todos. El “Plan Maestro”, lo llaman.
Sergio Barrientos Roman
Licenciado en Literatura, Universidad Adolfo Ibañez.

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